La cancelación del segundo tramo de La familia de la tele en RTVE no ha sorprendido a nadie. Lo que comenzó como un intento de resucitar el espíritu de Sálvame bajo una nueva identidad ha terminado por confirmar lo que muchos ya intuían: las segundas partes rara vez funcionan, y menos aún cuando el contexto, el canal y el público son distintos. Con cuotas de poco más del 5%, el espacio de María Patiño, Belén Esteban y Kiko Matamoros no había conseguido repetir el éxito en Telecinco y estaba lastrando a las novelas vespertinas.
La cadena pública apostó fuerte por un producto que pretendía mantener vivo el estilo y tono de uno de los programas más polémicos —y exitosos— de la televisión comercial en España. Sin embargo, la apuesta ha sido un revés. El programa, que nació con vocación de ocupar las tardes de La 1, se ha visto obligado a recortar su duración ante los flojos datos de audiencia. A partir del 2 de junio, se reducirá a una hora, desapareciendo su segundo tramo y devolviendo protagonismo a las telenovelas que, pese a los cambios horarios, han seguido funcionando bien.
El problema de La familia de la tele no es solo de números, sino de encaje. A pesar de contar con tertulianos que se han entregado, intentar adaptar el estilo transgresor, desenfadado y muchas veces histriónico de Sálvame al ecosistema de RTVE ha sido, desde el inicio, una contradicción. El público de la televisión pública busca otro tipo de contenidos, y el propio formato parecía forzado, sin la frescura ni la espontaneidad que en su día hicieron famoso al programa original. Además, la química entre los presentadores y el tono del programa no terminaban de cuajar, dando la sensación de ser una imitación descafeinada, sin alma ni mordiente.
Más allá del experimento televisivo, esta situación deja una lectura clara: Sálvame fue un fenómeno de su tiempo. Su éxito se cimentó en un momento cultural y mediático muy específico, donde lo transgresor encontraba hueco en una televisión privada volcada en el espectáculo y el share. Pero ese momento ya pasó. Hoy, la audiencia ha cambiado, los hábitos de consumo son distintos, y lo que antes rompía moldes ahora puede parecer repetitivo o incluso anacrónico.
Además, es legítimo preguntarse si un formato como este tiene cabida en una televisión pública cuyo mandato es el servicio, la pluralidad y la responsabilidad informativa. La esencia misma de Sálvame —con sus conflictos, tramas internas y su tono bronco— difícilmente encaja con esos valores. Pretender lo contrario ha sido una apuesta arriesgada que, como se ha visto, no ha dado resultado.
RTVE ahora reestructura sus tardes, confiando de nuevo en sus ficciones, que han demostrado una mayor conexión con su audiencia. Por su parte, La familia de la tele pasará a la historia como un intento fallido de revivir un modelo televisivo que ya había vivido su época dorada. Porque, al final, la nostalgia no siempre es suficiente para sostener un proyecto, y menos aún cuando el envoltorio no se corresponde con el contenido ni con el espíritu del canal que lo acoge.