Operación Triunfo se arriesga a convertirse en un fracaso. Todavía no lo es pese a que las dos primeras galas del domingo han sido tercera opción, por detrás de El Tiempo del Descuento de Telecinco -el chicle estirado de Gran Hermano VIP-, así como la película de Antena 3. No es un fracaso todavía, pero tampoco hace honor a su apellido y a este paso podría rebautizarse como Operación Castaña Pilonga.
Y que no se enfade nadie. Ni los profesores, ni el jurado, ni los alumnos, ni Televisión Española, ni la productora. Creo que todos hacen todo lo que está en sus manos para que el programa conecte con la audiencia y se convierta en un fenómeno de masas como lo fue en la primera edición de la nueva época de emisión en TVE, con Alfred, Amaia y compañía.
Pero, ¿qué sucede? Después de un parón, tras el fiasco de la última edición en Telecinco, había una nueva generación de jóvenes que habían oído hablar de Bisbal, Bustamante y Rosa López y seguramente también de algunos nombres sueltos de la época de Mediaset, pero no habían visto nunca seguramente ningún programa. Un extraordinario casting, un tiempo de descanso y un buen trabajo de la productora y TVE, devolvían al espacio el esplendor perdido. Sin embargo, OT vuelve desgastada, sin brío, con el recuerdo del éxito de Amaia y compañía, pero sin recordar ya a ninguno de los concursantes de la segunda edición, cuyo ganador ni ha sacado disco.
Ya no es Operación Triunfo. Vuelve a ser la Castaña Pilonga de triunfitos con ganas de aprender, pero sin opciones de triunfar. Salvo que un milagro de última hora revierta la situación, bien sea a través de un cambio en el día de emisión -¿por qué no el lunes?-, o algún lío emocional entre concursantes.