En el competitivo ecosistema televisivo español, pocos programas pueden presumir de haber crecido desde la incertidumbre hasta convertirse en un pilar estable de su cadena. ‘Todo Es Mentira’, el programa de actualidad y sátira política presentado por Risto Mejide, es uno de esos raros casos. Nació tímidamente, casi como un experimento incómodo en una franja difícil, pero ha acabado encontrando su voz, su tono y, sobre todo, su público.
Emitido desde 2019 en la sobremesa de Cuatro, TEM empezó como una anomalía: un formato híbrido que intentaba combinar humor y análisis político en una hora donde tradicionalmente reinan los magacines ligeros, las telenovelas o los concursos. En sus inicios, el espacio desconcertaba. Su ritmo acelerado, su tono sarcástico, sus mesas de debate que viraban del cachondeo a la reflexión en segundos, parecían hechos para una audiencia todavía por encontrar. Y, sin embargo, Cuatro apostó por darle recorrido. Acertaron.
La clave del éxito ha sido, probablemente, la personalidad intransferible del programa. Risto Mejide, a quien muchos conocen por su papel como jurado implacable en talent shows, ha construido aquí un formato que le va como anillo al dedo: ácido, irreverente, pero también plural y con espacio para las voces diversas. Está fantástico. Porque si algo ha caracterizado a Todo Es Mentira en su consolidación ha sido su coralidad. No se trata solo de Risto; se trata de la suma de colaboradores como Antonio Castelo, Marta Flich (quien incluso tomó las riendas en etapas clave y acaba de anunciar su próxima salida), Verónica Fumanal, Antonio Naranjo, Pablo Fernández y tantos otros que, desde diferentes ideologías, construyen un debate estimulante y, por momentos, hilarante.
Esa pluralidad ha sido su gran baza. En un país donde el periodismo político en televisión suele polarizarse en trincheras muy claras, TEM ha encontrado un punto medio que combina la crítica ácida con la voluntad de entendimiento. El humor ha sido la argamasa que todo lo une, pero también el respeto por los hechos y por la inteligencia del espectador.
Y los datos les dan la razón. Ayer, sin ir más lejos, el programa alcanzó un espectacular 10,1% de cuota de pantalla, su mejor dato histórico, muy por encima de la media de Cuatro y prácticamente el doble del 5,8% que firmó La familia desde la tele en La 1. Aunque claro, el sainete de la fontanera socialista, Dolset y el comisionista también ayudó. En un canal acostumbrado a vivir a la sombra de las grandes privadas, Todo es mentira se ha convertido en uno de los motores de su programación.
Lejos de agotarse, el formato sigue reinventándose. Quizá porque no pretende sentar cátedra, sino invitar a pensar riendo. Y en estos tiempos donde el griterío ha colonizado el debate, Todo es mentira ofrece una rara avis: un oasis de ironía crítica y pluralidad que, poco a poco, ha conseguido lo más difícil en televisión: ser necesario.